La monotonía de la vida en Villa
del Arco todos los días era igual; atender a los ganados, regar los huertos, los
menores a la escuela, los hombres mayores a las labores del campo, las mujeres
a lavar la ropa en los pilones de la Iglesia o de la Canal, y un largo etc.
Esta monotonía diaria, se veía en
ocasiones perturbada por la presencia de un hombre procedente de Arroyo de la
Luz, el cual se ganaba la vida con el trueque o cambio de juguetes, lozas, floreros,
jarras de cerámica, flores de papel, por “gomas”.
Recuerdo que era cojo, pues tenía
mal una pierna, totalmente derecha, y al agacharse para coger los artículos que
la gente le solicitaba, dejaba la pierna inválida totalmente extendida hacia
atrás. De ahí, que una joven de allí de Arco iba a veces avisando a algunas
personas diciendo irónicamente “ está por
aquí el tío de la pata tiesa”.
Este hombre ponía precio al
cacharro elegido por el cliente y recogía las gomas a peso por el mismo
valor. Así, una cazuela de barro podría
valer 2 kilos de gomas (piso de las
alpargatas) o una jarra decorada con San Antonio, por ejemplo. También traía
botellitas pequeñas con líquidos de colores (verde, rojo, violeta) para los
niños y nuestras madres nos las compraban ¿ qué sería aquel líquido? Sólo sabía
a agua…
La verdad, es que el día que
venía en “Tío de las Gomas” era todo
un acontecimiento. Colocaba una manta como la de los militares a rayas, muy
oscura, en el suelo del empedrado, al lado de la peña en la Plaza del Álamo y
allí realizaba la venta. Solía venir cada 2 meses o así, es decir, dejaba que
la gente tuviera gomas y lo cierto es que buscábamos gomas en otros lugares a
parte de las que teníamos en casa: pisos de alpargatas, pisos de botas, tacones
de calzado, en las estercoleras, en el campo…
Texto original: Manuel Ramos González
Texto original: Manuel Ramos González
Texto editado: Emilio J.Orovengua.